sábado, 14 de marzo de 2009



Coronada de vivos resplandores
Luce la tarde en el azul del cielo,
Va tendiendo la noche su ancho velo
Y en el Ocaso se sepulta el Sol.
Su veste de esmeraldas pliega el césped,
Su cáliz las galanas florecillas,
Y truecan las celestes nubecillas
En armiño su bello tornasol.


La nacarada estrella de la tarde
Su luz, vertiendo, plácida y serena,
Semeja una purísima azucena
Sobre un manto de grana y de zafir,
Como virgen que oculta sus hechizos
Bajo el cendal flotante de una nube,
Así la Luna, majestuosa sube,
Bañada de alabastro hacia el cenit.

En un océano de plateadas luces
Flotan el monte, el valle y la pradera,
Y esparce la brillante primavera
De sus flores la esencia virginal.
En la margen de un lago bullicioso
Alza un poeta su inspirado acento,
Que se pierde en las ráfagas del viento,
O del lago en el límpido cristal.

Surge de entre las ondas azuladas
Una deidad risueña y misteriosa,
De frescos labios de color de rosa
Y un seno de marfil, encantador.
Su lúcido cabello de azabache
Rueda sobre sus hombros de alabastro,
Tienen sus ojos el fulgor de un astro
Y el fuego centelleante del amor.

Su breve pie de nacarado esmalte
Cubren sandalias de zafir hermoso,
Orna con cintas de color azul
Lleva en sus manos una lira de oro
Con cuerdas de diamante decorada,
Y el eco seductor de su trovada
Vuela a las nubes del celeste tul.

El genio misterioso de la noche
Las estrellas de mágicos fulgores,
Los silfos bellos y lucientes flores
En torno suyo se les ve girar.
Tendida entre la espuma cristalina,
Con halagüeña inspiración secreta,
Dirige el melancólico poeta
Este armonioso y seductor cantar:
—«Tú creas en la noche fantásticas visiones
Radiantes de pureza, de gloria y de esplendor,
Pero tus gratos sueños se alejan y evaporan
Dejándote tan sólo recuerdos de dolor.»
Aquí bajo esta espuma de armónicos rumores
Habito yo un palacio de perlas y coral;
Mi lecho forman rosas del valle más ameno,
De fúlgidos colores, de esencia virginal.

»Las sílfides y ondinas que moran en el lago
Me cantan en la noche, sublime trovador,
Y a su argentino acento y al rayo de la Luna,
Apuro deleitosa la esencia del amor.

»Suspende esos cantares al céfiro del valle
Que juega entre los lirios del plácido jardín,
O a la gentil violeta, o a la doncella pura
De Labios sonrosados y aliento de jazmín.

»La vida tiene encantos, poeta de los sueños;
La gloria sólo ofrece martirios y dolor:
¡Oh!, ven a mis palacios de perlas y corales
Para apurar beodos la esencia del amor, ven... por favor!».
. . . .

Pero ya desparecia la maga, exanime entre la espuma
de las olas, para indicarle el rumbo;
Y entonces el poeta solo pudo alzar su inspirado acento
para que el eco de esa cancion resonara eternamente.

viernes, 13 de marzo de 2009


Así, para calmar el dolor del cacique,

lejos de la doncella que tanto ama,

surge la canción,

y suave y lenta

que le parecía estar escuchando los suspiros de ella.

La forma nacarada de esa sirena

era más blanca que el sedoso rocío

y sobre su pecho brillan sus rubios tirabuzones.

Nacida en la espuma de una ola,

alcanzó la predestinada proa,

abrazó fuerte al bravo cacique

y saltó con él en busca de las profundidades.